Hablar de la transmisión de la fe en familia se hace complicado. No hay recetas. Puede haber la mejor de las voluntades y todos conocemos, y a veces hemos vivido en carne propia, la frustración al no encontrar el camino para dicha transmisión. Y nos encontramos con que las nuevas generaciones en nuestra familia no comprenden la plenitud, pasión, hondura o sentido que a muchos nos da la fe. El primer lugar de transmisión de la fe es la familia. No cabe duda. Tuve en mi madre a una gran maestra, la mejor, en la transmisión de la fe desde la más tierna infancia y gracias a ella fui palpando todo lo referente a la práctica religiosa y la fe.
De cara a conseguir en las generaciones venideras, lo mismo o parecido que mi madre consiguió conmigo, nos permitimos plantear tres retos que tienen que abordarse en el hogar.
Por una parte, la práctica religiosa. No cabe duda de que el ejemplo ayuda. La práctica religiosa va dejando cierta huella. Genera costumbre. Es verdad, es un reto buscar espacios y formas de celebrar que a los más pequeños les hagan sentirse parte. Como ya he comentado, mi madre fue el principal ejemplo para la práctica religiosa, dejando en mi una importante huella y convirtiéndolo en una habitual costumbre. El problema de espacio, no era obstáculo, cualquier lugar era bueno, para esta práctica y costumbre y para contarme todas las historias bíblicas que tanto del Antiguo como Nuevo Testamento conocía mi madre.
También la oración empieza en casa y con el ejemplo. Si la práctica religiosa es lo primero que se cae en la familia ante otras actividades, o si nunca nos ven rezar, resulta poco creíble que les digamos a los niños que para nosotros es muy importante. Los rezos desde bien pequeñito a la hora de dormir eran habituales con mi madre, rezando las típicas oraciones del "Ángel de la Guarda" o el "Jesusito de mi vida", introduciéndome poco a poco las típicas como "Padre Nuestro", "Ave María", Credo", y los grandes rezos delante del altar de cualquiera de las Iglesias que visitábamos cuando íbamos por el centro de Madrid o en los lugares donde pasábamos las vacaciones.
Lo segundo, es el testimonio. La fe la transmiten los testigos. No porque den teorías, sino porque cuentan lo que creen. Cuentan lo que han vivido, lo que sienten, lo que buscan. En el caso de mi padre, al ser la enseñanza en sus años de estudio mayoritariamente religiosa, me contaba la influencia que dejaron en ella muchos de sus maestros.
Los hijos a menudo interiorizan lo que ven en casa. Una fe vivida despierta preguntas. Es importante que la fe sea parte de las conversaciones, miradas, lecturas, inquietudes familiares. Es importante que los pequeños puedan preguntar por Dios y encontrar respuestas. Mis asistencias a misa con mi madre desde bien pequeño, despertó en mi esa curiosidad por los objetos de imaginería y por las distintas partes de la misa, por qué había momentos que se estaba de pie, y por qué había otros que se estaba sentado o por qué Don Fernando (el sacerdote del barrio) había cambiado de traje, con motivo de una Cuaresma o un Adviento, no recuerdo ahora bien.
Por último, todo el ámbito de la iniciación cristiana (las catequesis desde la Primera Comunión a la Confirmación). Hoy está tan sacado de quicio, que algunas primeras comuniones parecen coronaciones. Desde el primer momento cuando se aproximaba mi Catequesis de Primera Comunión, mi madre mi trasmitió la importancia que ello tenía, entre ellas que a partir de entonces podía salir a comulgar con ella, y cada semana, se encargaba de repasar conmigo lo que habíamos dado ese día en Catequesis y ver lo que tocaría en la siguiente semana.
Quizás en nuestras manos está simplificar, para así ayudar a descubrir lo esencial. Rebajar un poco lo externo, los gastos, los excesos, para valorar el verdadero regalo de la iniciación cristiana. Un ejemplo expuesto antes de la Primera Comunión, es la gran semejanza que tengo con este comienzo de párrafo, gracias a mi madre hice la comunión sabiendo de su importancia cristiana, no por el banquete de celebración y los regalos a recibir.
Descubrir a Dios que, desde que empieza la vida, está en el camino con cada uno de nosotros. Es en resumen la lección más principal recibida de mi madre en todo su trabajo de transmisión de la fe, que Dios está con todos nosotros, y que nos premia cuando lo hacemos bien, y que nos castiga cuando lo hacemos mal.
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